Los Ejércitos Secretos de La OTAN
La guerra secreta, principal actividad de la política
exterior de Washington
La guerra secreta comenzó durante la Segunda Guerra
Mundial y todavía prosigue en la época actual. No constituye una herramienta
más en la política exterior de los Estados Unidos sino su actividad central. Un
dominio draconiano de la cara oculta de Estado renegado más poderoso del mundo.
Después de la derrota de Alemania e Italia, el presidente
estadounidense Harry Truman ordenó a la US Air Force el lanzamiento de dos
bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, antes de
aceptar la capitulación de Japón.
Terminaba así la Segunda Guerra Mundial. Mientras que
Europa occidental se hallaba en ruinas, la economía de Estados Unidos se
encontraba en pleno auge. Pero, a pesar de todo su poderío económico y militar,
la Casa Blanca temía que se produjera una expansión del comunismo a través del
mundo, considerándolo irresistible.
Después de los repetidos e infructuosos intentos de
invasión de la URSS que los británicos y los estadounidenses habían realizado
entre 1918 y 1920, la posterior alianza militar con el Ejército Rojo se
concretó porque representaba la única posibilidad de derrotar a Hitler y a
Mussolini y de liberar Europa. Inmediatamente después del armisticio, los
antiguos compañeros de armas se convirtieron nuevamente en adversarios y las
hostilidades entre ellos se reiniciaron con nuevo ímpetu, marcando el comienzo
de la guerra fría.
Mientras Estados Unidos garantizaba el control del oeste
de Europa y combatía a la izquierda en Grecia, la URSS de Stalin se hacía del
control de las fronteras que habían servido de punto de partida a las
invasiones orquestadas contra los territorios soviéticos en las dos guerras
mundiales. Truman veía con recelo la instauración de regímenes comunistas
sometidos a Moscú en Polonia, Alemania oriental, Hungría, Rumania y
Checoslovaquia.
En aplicación de una doctrina de soberanía limitada,
Stalin puso los Estados del este de Europa bajo el control de oligarcas
locales, del brutal Ejército Rojo y del KGB, los servicios secretos soviéticos.
Siguiendo ese mismo razonamiento, Truman estaba convencido de que era necesario
combatir el comunismo en secreto para debilitarlo, incluso en el seno de las
democracias soberanas de Europa occidental.
La CIA también trató de crear un ejército secreto en
China para contrarrestar el avance del comunismo, pero fracasó cuando Mao
Zedong, a la cabeza del Partido Comunista Chino, tomó el poder en 1949.
El ex director de la CIA William Colby recuerda: «Yo siempre me pregunté si la red stay-behind que habíamos construido hubiera podido funcionar bajo un régimen soviético. Sabemos que los intentos de crear urgentemente ese tipo de organizaciones fracasaron en China, en 1950, y en Vietnam del norte, en 1954.»
Después del estallido de la guerra de Corea en 1950 a lo
largo de la frágil frontera que separa el sur bajo control estadounidense del
norte comunista, el ejército de los Estados Unidos trató de reducir la
influencia del comunismo en Corea del norte, pero sus esfuerzos resultaron
infructuosos. La CIA trató también de tomar el control de varios países de
Europa oriental a través de operaciones clandestinas y de ejércitos secretos,
pero tampoco tuvo éxito.
Colby recuerda los esfuerzos de la CIA por crear ejércitos anticomunistas: «Sabemos que los intentos por dirigirlos desde el extranjero fueron descubiertos y desbaratados por la policía secreta en Polonia y en Albania, durante los años 1950.»
En los países del llamado Tercer Mundo, en África, en
América Latina y en ciertas regiones de Asia, los pueblos adoptaron variantes
del comunismo y del socialismo que les parecían capaces de aportar un mejor
reparto de la riqueza, así como la independencia ante el Occidente capitalista
e industrializado.
En Irán, Mossadeg adoptó un programa socialista y trató
de distribuir entre la población parte de los ingresos provenientes del
petróleo.
Después de la India liberada del dominio británico,
África también emprendió una lucha anticolonial de izquierda que culminó en
1960, cuando Camerún, Togo, Madagascar, Somalia, Níger, Chad, el Congo, Gabón,
Senegal, Malí, Costa de Marfil, Mauritania, y la República Centroafricana se
declararon independientes.
En el sudeste asiático, como consecuencia de la retirada
de las fuerzas japonesas de ocupación, Filipinas y Vietnam vieron surgir
poderosos movimientos anticolonialistas comunistas y de izquierda que, en el
caso de Vietnam, dieron lugar a la guerra de Indochina y, posteriormente, a una
segunda guerra contra la presencia militar estadounidense, que no terminaría
hasta 1975, con la victoria de los comunistas.
En las mentes de los estrategas de la Casa Blanca, la
guerra no terminó en 1945, sino que evolucionó hacia una forma silenciosa y
secreta de conflicto en la que los servicios secretos se convirtieron en los
instrumentos privilegiados del ejercicio del poder. A finales de 1944, el
presidente estadounidense Roosevelt siguió la sugerencia de William Donovan,
quien había dirigido la Office of Strategic Services (OSS) durante la guerra, y
trató de crear un nuevo servicio encargado de realizar en el extranjero –y en
tiempo de paz– operaciones especiales dirigidas contra los comunistas y contra
otros también designados como enemigos de los Estados Unidos.
Pero ese plan no fue del agrado de J. Edgar Hoover,
director del FBI, quien temía que sus propios servicios perdieran así su
influencia. Hoover transmitió entonces a un periodista del Chicago Tribune
varias copias del memorando de Donovan y de la orden de Roosevelt.
El 9 de febrero de 1945, el Chicago Tribune publicaba el
siguiente titular:
«Nueva distribución de papeles en el espionaje – nos
vigilarán espías – en estudio una super Gestapo».
Reportaba el diario que:
«En las altas esferas donde circulan el memorando y el
proyecto de orden, esa unidad, cuya creación está en estudio, tiene el
sobrenombre de “la Gestapo de Frankfurter”», en referencia al juez de la Corte
Suprema Frankfurter y a la terrible policía secreta alemana. El artículo
revelaba además que el nuevo servicio secreto estaba destinado a librar una
guerra clandestina y que «llevaría a cabo (…) operaciones de subversión en el extranjero
(…) y tendría a su disposición todo el personal aeronaval y de las fuerzas
terrestres que pueda necesitar en su misión».
Como el recuerdo de la Gestapo estaba fresco aún, los
ciudadanos estadounidenses se indignaron y el escándalo que estalló dio al
traste con la proposición de Donovan, para gran satisfacción del director del
FBI Hoover.
Sin embargo, continuaron las discusiones en los círculos
del poder alrededor de la fundación de un nuevo servicio, sólo que en lo
adelante esto se haría en el mayor secreto. Después del fallecimiento de
Roosevelt, Harry Truman emitió una directiva que ordenaba la creación de un
nuevo servicio secreto activo en tiempos de paz, el Central Intelligence Group
(CIG).
En el marco de una velada más bien excéntrica que se
organizó expresamente para la ocasión en la Casa Blanca, Truman entregó a cada
invitado un impermeable negro, un sombrero negro, un bigote postizo y una daga
de madera y anunció que el primer director del CIG, el almirante Sidney Souers,
se convertiría en «director del espionaje centralizado».
El CIG no era más que una agencia títere provisional y
Truman comprendió rápidamente que había que reforzar los medios de acción no
oficiales de la Casa Blanca. Fue así que se promulgó, en julio de 1947, la
National Security Act, que concretaba la creación de la «Central Intelligence
Agency» (CIA) y del «National Security Council» (NSC).
Esta vez no se publicó en la prensa ni una palabra sobre
la «Gestapo americana».
«El National Security Council, del que formaban parte el
propio presidente de los Estados Unidos, el vicepresidente, el secretario de
Estado, el secretario de Defensa, el director de la CIA, el consejero para la
Seguridad Nacional, el presidente del Estado Mayor conjunto, otras
personalidades de primera importancia y varios consejeros especiales, se
convirtió realmente en el grupo más influyente de Washington».
Como tantas veces ha sucedido en el transcurso de la
historia, esa concentración del poder en manos de la Casa Blanca y del NSC
desembocó en abusos. Todavía hoy, en el siglo 21, el NSC sigue siendo,
«una institución particular, conocida por haber actuado a
menudo, en el pasado, en el límite de la legalidad».
La principal vocación de la National Security Act era
proporcione un marco «legal» a las operaciones secretas de Estados Unidos y a
las guerras secretas que ese país libraba contra otros países poniendo en manos
de la CIA la tarea de, asumir las funciones y las misiones de inteligencia
relativas a la Seguridad Nacional que el NSC puede verse obligado a ordenarle
en un momento dado.
Sin ironía deliberada, esa frase es la copia palabra por
palabra de lo que Hover había revelado en 1945.
A la vez que garantizaba una sólida base legal para las
operaciones secretas emprendidas por Estados Unidos, esta formulación tan
nebulosa permitía soslayar la abierta violación de numerosas leyes, como la
Constitución de 1787, y de numerosos tratados internacionales. El director adjunto
de la CIA Ray Cline calificó con toda razón esa disposición de «cláusula
cúbrelo-todo elástico».
Clark Clifford declaró posteriormente:
«Nosotros no las habíamos mencionado [las operaciones
especiales] explícitamente porque sentíamos que podía ser perjudicial para los
intereses de la nación el confesar públicamente que podíamos emprender ese tipo
de actos».
Italia fue el primer país en convertirse en blanco del nuevo instrumento de la Casa Blanca. En el primer documento registrado como proveniente del NSC, el NSC 1/1 con fecha del 14 de noviembre de 1947, se puede leer el siguiente análisis: «El gobierno italiano, ideológicamente apegado a la democracia occidental, es débil y es blanco de los continuos ataques de un poderoso partido comunista».
Es por eso que, durante una de sus primeras reuniones, el
joven NSC adoptó –el 19 de diciembre de 1947– la Directive NSC 4-A que ordenaba
al director de la CIA Hillenkoetter emprender una larga serie de acciones
clandestinas destinadas a eliminar el peligro de que los comunistas ganaran las
inminentes elecciones italianas.
La Directiva NSC 4-A estaba clasificada como top secret debido
al carácter especialmente sensible de las intervenciones clandestinas de los
estadounidenses en Europa occidental.
Sólo existían 3 copias de ese documento y una de ellas
estaba, «celosamente guardada [por Hillenkoetter] en la propia oficina del director,
donde los miembros que “no tenían necesidad de saber” no podían encontrarla».
George F. Kennan, del departamento de Estado, tenía otro
ejemplar en su poder.
La «razón de tanto secreto era evidente», según los
archivos oficiales de la CIA, ya que «algunos ciudadanos de este país se
hubieran horrorizado al conocer el contenido de la NSC 4-A».
Las operaciones tendientes a debilitar a los comunistas
italianos fueron un éxito.
El presidente Truman se convirtió en gran partidario de
las misiones secretas y pidió que el campo de acción de la CIA se extendiera a
otros países, más allá de Italia. Fue así como el NSC votó –el 18 de junio de
1948– la célebre directiva NSC 10/2 [16], autorizando la CIA a efectuar
misiones clandestinas en todos los países del mundo e instaurando en el seno de
la agencia un servicio de operaciones secretas designado como «Office of
Special Projects», nombre que fue rápidamente reemplazado por otro menos descriptivo:
n«Office of Policy Coordination» u OPC, o sea Oficina de Coordinación Política.
La directiva NSC 10/2 ponía en manos de la OPC «la planificación y ejecución de
las operaciones especiales».
El texto designaba como «operaciones especiales» todas
las actividades, realizadas y financiadas por este gobierno en contra de los
Estados o grupos extranjeros hostiles o como apoyo a Estados o grupos
extranjeros amigos, pero concebidas y ejecutadas de forma tal que la
implicación del gobierno americano no sea visible para personas no autorizadas
y que éste [gobierno] pueda desmentir toda responsabilidad de ser necesario».
La directiva NSC 10/2 preveía que las operaciones
secretas «incluyen toda actividad vinculada a la propaganda, a la guerra
económica, a la acción preventiva directa (medidas de sabotaje, de
antisabotaje, de demolición y de evacuación), a la subversión contra regímenes
hostiles (mediante el apoyo a los movimientos de resistencia clandestinos, a la
guerrilla y a los grupos de liberación de refugiados) y la asistencia a los
elementos anticomunistas en los países amenazados del mundo libre».
Las disposiciones del texto NSC 10/2 incluían la creación
de los ejércitos anticomunistas secretos de la red Gladio en Europa occidental,
pero excluían todo los actos de guerra convencional y las misiones de
inteligencia: «No conciernen a los conflictos armados en los que se enfrenten
fuerzas militares regulares, el espionaje, el contraespionaje y la utilización
de la clandestinidad o del disimulo en el marco de operaciones militares».
En definitiva, aquella directiva NSC 10/2 contradecía
todos los valores y principios que el propio presidente de los Estados Unidos
predicaba en marzo de 1947, cuando expuso su famosa «Doctrina Truman».
Después de la Segunda Guerra Mundial, 5 años habían
bastado a Estados Unidos para instaurar un poderoso aparato de inteligencia que
operaba tanto dentro como fuera de las fronteras de su propio país y al margen
de todo control democrático.
«Cuando creé la CIA, no pensé ni por un instante que se
especializaría algún día en los golpes bajos en tiempo de paz», declaró un
debilitado Truman, luego de dejar sus funciones. En 1964, o sea 8 años antes de
su muerte, el ex presidente negó una vez más haber querido hacer de la CIA «una
agencia internacional implicada en acciones sucias». Pero el aparato
estadounidense de inteligencia había escapado a su control.
El historiador británico Christopher Andrew resume el
sentir del ex presidente de la siguiente manera:
«Durante los 20 años posteriores a su salida de la Casa
Blanca, Truman pareció a veces sorprendido, incluso horrorizado, ante el peso y
la influencia que había adquirido el sector de inteligencia que él mismo había
creado».
Otro fanático de las operaciones secretas y feroz
adversario del comunismo, George Kennan, miembro del departamento de Estado
bajo la administración Truman, fue también un ardiente partidario de la
directiva NSC 10/2 y de la intervención de la CIA en Italia y en otros países.
Sin embargo, al igual que Truman, Kennan estaba consciente
de los riesgos a los que se exponía Estados Unidos.
«Después de todo, lo peor que podría sucedernos en esta
lucha contra el comunismo es convertirnos en lo mismo que aquellos a quienes
estamos combatiendo», señaló Kennan en un telegrama que se haría célebre [20],
refiriéndose así al gobierno secreto, a las estructuras totalitarias y a la
manipulación de gobiernos extranjeros, prácticas características de la Unión
Soviética.
Treinta años más tarde, Kennan, ya al final de su vida,
reconoció que: «No todo sucedió exactamente como yo lo había imaginado». Para
garantizar la posibilidad de un desmentido plausible, la mayoría de las
decisiones, declaraciones y transcripciones de las reuniones del NSC se
clasificó como confidencial.
Pero, como consecuencia del escándalo del Watergate,
varios miembros del Congreso estadounidense recibieron un mandato para
investigar a la CIA y al NSC y descubrieron que, «las elecciones nacionales de
1948 en Europa occidental habían sido la razón fundamental de la creación de la
OPC».
Fue por lo tanto la amenaza comunista que planeaba sobre
Europa occidental lo que determinó el comienzo de las operaciones especiales de
la CIA, después de la Segunda Guerra Mundial.
«Al financiar a los partidos del centro y desarrollar
estrategias mediáticas, la OPC trató de influir sobre el resultado de las
elecciones, con considerable éxito», indica el informe final que los senadores
presentaron en 1976.
«Esas actividades constituían la base de la injerencia
clandestina en la política interna que constituyó una práctica durante 20 años.
En 1952, no menos de 40 proyectos de acción en marcha habían sido
contabilizados en un solo país de Europa central.»
Por orden expresa del Pentágono, las misiones de la OPC
incluían también la constitución de la red de ejércitos secretos Gladio en
Europa occidental:
«Hasta 1950, las actividades paramilitares de la OPC
(también llamadas «acciones preventivas») se limitaban a la concepción y
preparación de las redes stay-behind con vistas a una futura guerra. A pedido
del Joint Chiefs of Staff (el Consejo del Estado Mayor Interarmas), esas
operaciones preparadas por la OPC se concentraban, una vez más, en Europa
occidental y tenían como objetivo apoyar a las fuerzas de la OTAN contra una ofensiva
de los soviéticos.».
Para garantizar la dirección de la OPC, George Kennan
seleccionó a Frank Wisner, un abogado de negocios originario de Mississippi que
ya había comandado destacamentos de la OSS en Estambul y en Bucarest durante la
Segunda Guerra Mundial.
Al igual que
Wisner, la mayoría de los oficiales de la OPC eran, «blancos provenientes de
viejas familias ricas de la alta sociedad anglosajona (…) que habían heredado
la actitud del establishment británico con respecto a las personas de color».
Wisner velaba escrupulosamente por la confidencialidad de
la directiva NSC 10/2. «Cada vez que un miembro de la OPC quería consultar el
documento, se le obligaba a firmar un registro especial. Después se le
entregaba uno de los 3 ejemplares que Wisner guardaba en una caja fuerte de su
oficina.
Los miembros del nuevo servicio de operaciones especiales
OPC trabajaban con espíritu de agresividad, de entusiasmo, de secreto y con
cierta ausencia de moralidad.
El 6 de agosto de 1948, en una de sus primeras reuniones
en presencia de Hillenkoetter y Kennan, Wisner insistió en poder explotar al
máximo las posibilidades que ofrecía la directiva NSC 10/2 y pidió «carta blanca»
para escoger él mismo sus «métodos de acción». Wisner quería desarrollar
operaciones secretas a su manera, sin tener que atenerse a ningún código ni a
ningún «método existente» y recibió el aval de Hillenkoetter y Kennan.
En su condición de director de la OPC, Wisner se
convirtió en el arquitecto en jefe de la red de ejércitos secretos en Europa
occidental.
«Frank Wisner, de la OPC, había encargado a su adjunto
Frank Lindsay de la coordinación de la red stay-behind en Europa», reveló la
prensa belga después del descubrimiento de la existencia de los ejércitos
Gladio.
Al igual que su jefe, Lindsay se había formado en el seno
de la OSS durante la Segunda Guerra Mundial y había tenido la oportunidad de
observar de cerca, en Yugoslavia, las tácticas comunistas.
Según afirman también los periodistas belgas, Lindsay, «envió
a William Colby (quien más tarde dirigiría la CIA entre 1973 y 1976) a
Escandinavia y a Thomas Karamessines [lo envió] a Grecia, donde éste último
podía contar con el apoyo del KYP, los servicios secretos griegos» .
A medida que Estados Unidos intensificaron sus operaciones
especiales, la OPC seguía desarrollándose.
Un año después de la nominación de Wisner a la cabeza de la OPC, esta última contaba con 300 empleados y 7 estaciones en el extranjero que trabajaban en numerosas misiones clandestinas de diversa índole.
Tres años más tarde, en 1951, sus efectivos alcanzaban la
cifra de 2 812 empleados, que trabajaban en territorio estadounidense, y 3 142
agentes vinculados a las 47 estaciones repartidas a través del mundo entero y
su presupuesto anual había pasado de 4,8 millones a 82 millones de dólares.
Bedel Smith, sucesor de Hillenkoetter a la cabeza de la
CIA, tuvo que reconocer en mayo de 1951 que, el campo de las operaciones
secretas de la CIA ya sobrepasaba ampliamente el marco previsto en la directiva
NSC 10/2.
La expansión fue tan grande que incluso un halcón como, Smith
se mostró preocupado por la importancia y el crecimiento exponencial del
presupuesto de la OPC.
Allen Dulles, quien se hizo cargo de la dirección de la
CIA después de la salida de Smith, en 1953, estaba convencido de que las
operaciones secretas eran un arma formidable para luchar contra el comunismo y
defender los intereses estadounidenses en el extranjero.
Allen Dulles supervisaba el trabajo del director de la
OPC, Frank Wisner, y de su adjunto Frank Lindsay, quien, en lo tocante a los
ejércitos secretos, colaboraba estrechamente con Gerry Miller, el jefe de la
oficina de la CIA en Europa para la creación de las redes stay-behind. Entre
los reclutados se encontraba William Colby, quien fue más tarde director de la
CIA. Al igual que muchos soldados clandestinos, Colby había trabajado para la
OSS durante la Segunda Guerra Mundial y había saltado en paracaídas sobre la
Francia ocupada para prestar ayuda a la Resistencia.
Posteriormente había sido sacado de Francia
clandestinamente para saltar nuevamente en paracaídas, esta vez sobre Noruega,
poco antes del final de la guerra con la misión de volar convoyes. En abril de
1951, Miller recibió a Colby en su oficina. Los dos hombres se conocían bien ya
que Miller había dirigido las operaciones de la OSS en Noruega. Ambos
consideraron que la guerra nunca había terminado realmente. Miller destacó a
Colby en la unidad de Lou Scherer, en la división escandinava de la oficina
europea de la CIA: «OK Bill, sigue así.»
Seguidamente, Miller dijo: «Lo que queremos es una buena
red de inteligencia y de resistencia que sea digna de confianza, con la que
podamos contar si los rusos empiezan a invadir la región. Aquí tenemos un plan
de acción, pero todavía hay que ponerlo a prueba y aplicarlo en el terreno. Tu
trabajarás con Lou Scherer hasta que se decidan las nuevas operaciones que
habrá que llevar a cabo».
Seguidamente, Colby recibió entrenamiento de la CIA con
vista a la realización de su misión, que era la creación de una red Gladio en
Escandinavia.
«En la práctica, una de las principales tareas de la OPC
consistía en prepararlo todo en previsión de una posible invasión soviética a
Europa occidental, y partiendo de la hipótesis de que los rusos pudieran llegar
a controlar parte o incluso todo el continente», explicó Miller.
La OPC quería disponer de redes de partisanos armados y
organizados para oponerse al ocupante», cuenta Colby en sus memorias.
«Esta vez, decía Miller, el objetivo era crear esa
capacidad de resistencia antes de que se produjera la ocupación, e incluso
antes del comienzo de la invasión. Estábamos decididos a organizarla y a
equiparle sin demora cuando aún teníamos tiempo de hacerlo correctamente y con
un mínimo de riesgos», escribió el ex agente que creía entonces que la
operación estaba enteramente justificada.
«En todos los países que podían sufrir una invasión soviética, la OPC había emprendido entonces un amplio programa de construcción de lo que se conoce en el medio de la inteligencia como “redes stay-behind”, o sea estructuras clandestinas de hombres entrenados y equipados para realizar actos de sabotaje y de espionaje cuando llegara el momento.»
Para ello, Miller envió agentes de la CIA a cada uno de
los países de Europa occidental y,
«confió [a Colby] la misión de organizar y montar ese
tipo de red en Escandinavia».
La intervención de Estados Unidos en Europa occidental se
desarrolló «en el mayor secreto», precisa.
«Recibí entonces la orden de no mencionar mi trabajo más
que a un restringido círculo de personas de confianza, tanto en Washington y en
el seno de la OTAN como en Escandinavia».
En el seno de la OTAN, el centro de mando situado en el
Pentágono, en Washington, estaba informado en detalle del desarrollo de los
ejércitos secretos Gladio mientras que en Europa, el SACEUR, que siempre es un
oficial estadounidense, supervisa estrechamente la red así como los demás
órganos de decisión: el CPC y el ACC.
Un documento interno del Pentágono fechado en 1957 y que
se mantuvo en secreto hasta 1978, revela la existencia de una Carta del CPC que
define las funciones del Comité ante la OTAN, el SHAPE y los servicios secretos
europeos. Desgraciadamente, el contenido mismo de la Carta no ha sido revelado.
El documento en cuestión es un memorando dirigido al Consejo del Estado Mayor
Interarmas el 3 de enero de 1957 por el general Leon Johnson, representante de
Estados Unidos en el comité militar de la OTAN.
Johnson reacciona ante las quejas del SACEUR de aquel
entonces, el general Lauris Norstad, sobre la falta de información durante la
crisis de Suez, en 1956:
«El SACEUR expresó la opinión que la inteligencia que las
autoridades habían transmitido al SHAPE durante el reciente periodo de
tensiones era insuficiente. Desea que toda redefinición de las reglas de
comunicación de la inteligencia al SHAPE se encamine hacia una mejor
transmisión de las informaciones confidenciales.»
Fue en ese contexto que el SACEUR Norstad trató de
resolver la situación a través del CPC:
«Además, el SACEUR señala en una nota a) que la nota b),
la carta del CPC, no contiene ninguna disposición que prohíba considerar
operaciones clandestinas en tiempo de paz. Recomienda específicamente que el
CPC del SHAPE sea autorizado: a) a estudiar las necesidades inmediatas del
SHAPE en materia de inteligencia; b) a considerar a través de qué medios los
servicios secretos nacionales pueden ayudar a mejorar la transmisión de
informaciones al SHAPE.»
En contradicción con el SACEUR Norstad, el general
Johnson pensaba que la carta del CPC prohibía que el CPC fuese utilizado con
ese fin.
Johnson escribía en su memorando:
«Aunque en la nota b) [la carta del CPC] no exista
ninguna disposición que prohíba claramente a éste considerar actividades de
inteligencia, yo pienso de todas maneras que se trataría de una extensión
injustificada de sus atribuciones. Yo entiendo la nota b) de la manera
siguiente: el CPC ha sido creado con el único fin de organizar en tiempo de paz
los medios a través de los cuales el SACEUR pudiera cumplir su misión en caso
de guerra. Me parece que revisar las modalidades de transmisión de la
inteligencia, sea cual sea la fuente, al SHAPE debería ser asunto de las
agencias de inteligencia regulares.»
El general concluía entonces: «Yo recomiendo que no se apruebe la extensión del campo de actividades del CPC (…) Leon Johnson».
Paralelamente, en el Pentágono, las Fuerzas Especiales
estadounidenses también estaban directamente implicadas en aquella guerra
secreta contra los comunistas de Europa occidental ya que estaban entrenando,
junto a los SAS [británicos], a los miembros de las redes stay-behind.
Luego del desmantelamiento de la OSS, después del final
de la Segunda Guerra Mundial, las Fuerzas Especiales habían sido creadas
nuevamente en Estados Unidos, en 1952, y las unidades, bajo el engañoso nombre
de 10º Grupo de Fuerzas Especiales, comenzaron a entrenarse bajo el mando del
coronel Aaron Bank.
El grupo había adoptado la organización de su predecesor,
la OSS, de la que había heredado el encargo de realizar misiones de sabotaje,
de reclutamiento, equipamiento y entrenamiento de guerrilleros con el objetivo
de crear un potencial de resistencia en Europa oriental y occidental.
Como precisó el coronel Bank, el entrenamiento de las
Fuerzas Especiales incluía, la organización de movimientos de resistencia y la
coordinación de las redes que los componen» así como «las operaciones de
guerrilla con sus diferentes aspectos organizativos, tácticos y logísticos pero
también la demolición especializada, el uso de comunicaciones radiales
codificadas, la supervivencia, la técnica Fairbaim de combate cuerpo a cuerpo y
el tiro instintivo.
El folleto de reclutamiento especificaba a los jóvenes
voluntarios deseosos de ingresar a las Fuerzas Especiales estadounidenses que
lo ideal era que los candidatos hablaron uno o más idiomas europeos.
Las condiciones exigían: «tener por lo menos 21 años de edad, poseer como mínimo el grado de sargento, haber seguido o ser voluntario para seguir un entrenamiento de paracaidista, dominar los idiomas [europeos] y/o haber viajado a Europa; presentar una excelente hoja de servicio, etc. Todos los postulantes tenían que estar dispuestos a saltar en paracaídas y a operar tras las líneas enemigas en uniforme militar o con ropa de civil.»
Fue en pleno corazón de la Alemania derrotada que se
desplegaron por primera vez las Fuerzas Especiales estadounidenses de nueva
creación.
En noviembre de 1953, el 10º Grupo instaló su primera
base en el extranjero en un antiguo edificio de la Waffen SS construido bajo el
III Reich, en 1937: la Flint Kaserne, en Bad Tolz, Baviera.
Posteriormente, se creó en Panamá un cuartel general que
servía de base de operaciones a las Fuerzas Especiales y se abrió otro más en
Okinawa, destinado a las intervenciones en el sudeste asiático. Cuando estalló
el escándalo del Gladio, en 1990, se descubrió que algunos miembros de sus
ejércitos secretos habían seguido un entrenamiento especial con los Boinas
Verdes, posiblemente en Fort Bragg, Estados Unidos.
El comandante del Gladio en Italia, el general
Serravalle, relató que en 1972 los miembros italianos del Gladio habían viajado
a Bad Tolz, por invitación de los Boinas Verdes.
«Yo visité el 10º Grupo de las Fuerzas Especiales en Bad Tolz, en las antiguas barracas de los SS, por lo menos en dos ocasiones. Estaban bajo las órdenes del coronel Ludwig Fastenhammer, que ya era un verdadero Rambo antes de que apareciera ese personaje», recordó el general Serravalle. «Durante los encuentros de planificación de las misiones que ya mencioné anteriormente (contrainsurgencia, asistencia a los grupos locales de resistencia, etc.) pregunté varias veces si existía un plan de acción combinado entre su grupo y las diferentes unidades stay-behind, y especialmente el Gladio.»
Serravalle dijo con una sonrisa:
«No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que
si una unidad X está encargada de apoyar, en tiempo de guerra, en un territorio
Y, a un movimiento de resistencia dirigido por una unidad secreta Z, tiene que
existir entre X y Z, incluso en tiempo de paz, algún tipo de cooperación,
aunque sea en estado embrionario».
Por lo tanto, era lógico pensar en la existencia de un plan de acción concertado entre los Boinas Verdes, los SAS británicos y el Gladio. «Pero en realidad no era así», según afirma Serravalle.
En realidad, en caso de guerra, las Fuerzas Especiales
acantonadas en Bad Tolz debían infiltrarse en nuestros países y participar en
operaciones de resistencia e insurrección. ¿Cómo las habrían recibido nuestros
miembros del Gladio? A tiros, estoy seguro, creyendo que se trataba de los
Spetzsnaz, las unidades de élite del Ejército Rojo. Una de las reglas de oro de
los partisanos estipula que, en caso de duda, usted dispara primero y después
averigua a quién mató.»
Las Fuerzas Especiales estadounidenses estaban
permanentemente en contacto con el departamento de operaciones especiales de la
CIA, con el cual colaboraban. Cuando las Fuerzas Especiales se instalaron en
Fort Bragg, en 1952, la OPC fue rebautizada como «Directorate of Plans» (DP) y
Wisner se convirtió en su jefe. Con Allen Dulles como director de la CIA,
aumentó el número de operaciones clandestinas estadounidenses en todo el mundo.
Dulles autorizó los intentos de asesinato de la CIA
contra Castro y Lumumba así como los experimentos con LSD, experimentos que se
desarrolla a espaldas de las personas que servían de “conejillos de India”,
algunas de las cuales acabaron suicidándose. Wisner y Dulles planificaron el
golpe de Estado de 1953 contra el primer ministro iraní Mossadegh, así como el
que derrocó al socialista Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954.
Dos años más tarde, refiriéndose al presidente de
Indonesia Sukarno, acusado de inclinarse demasiado hacia la izquierda, Wisner
transmitió al jefe de la división del sudeste asiático de su servicio, Alfred
Ulmer, la siguiente orden:
«Ya es hora de darle una buena lección a ese Sukarno».
Wisner y Dulles no tenían límites para las guerras
secretas y las acciones terroristas que emprendían. Pero cuando las operaciones
clandestinas en contra de Fidel Castro y del régimen cubano desembocaron en un
enorme fracaso, con el fiasco de bahía de Cochinos en 1961, el presidente
Kennedy, furioso, destituyó a Dulles y puso en su lugar a John McCone. Durante
todo el tiempo que estuvo a la cabeza de la CIA, Allen Dulles fue el cerebro de
la guerra secreta contra los comunistas.
Cuando se descubrió la existencia de los ejércitos Gladio
en Europa occidental, en 1990, un ex oficial de la inteligencia de la OTAN, que
prefirió conservar el anonimato, explicó que, «aunque la operación stay-behind
sólo comenzó oficialmente en 1952, la idea existía en realidad desde mucho
antes, desde que germinó en la mente de Allen Dulles».
Durante la Segunda Guerra Mundial, el jefe de la CIA
había trabajado en Berna, en la neutral Suiza, desde donde había coordinado las
operaciones secretas emprendidas contra la Alemania nazi, manteniendo contactos
con la OSS estadounidense y con los servicios secretos británicos. Dirigir
ejércitos secretos en Europa occidental no sólo era su trabajo, sino que se
había convertido en su gran pasión.
Informes publicados en Bélgica en el momento del
descubrimiento del Gladio precisaban:
«Allen Dulles ve en el proyecto [Gladio] (…) además de un
instrumento de la resistencia contra una invasión soviética, ¡un arma contra el
acceso de los comunistas al poder en los países en cuestión!» Mientras que la
CIA proseguía sus guerras secretas, Wisner comenzó a ser presa de los
remordimientos y pronto resultó que su mala conciencia no lo dejaba en paz.
Allen Dulles «tenía una teoría según la cual los
tormentos que sufría Wisner provenían de la naturaleza de su trabajo».
Al convertirse poco a poco en un individuo incapaz de
garantizar «los trabajos sucios» de la CIA en Europa, África, América Latina y
Asia, Wisner fue sustituido en 1958 por Richard Bisel, quien ocupó el puesto
durante 4 años, hasta que Richard Helms fue nombrado director adjunto a cargo
de las Operaciones Especiales, en 1962. Para aquella época, el estado
psicológico del arquitecto del Gladio Frank Wisner seguía deteriorándose hasta
que, en 1965, se dio tiro en la cabeza.
En ese mismo año, Richard Helms fue ascendido a director
de la CIA y, durante los funerales Wisner, le rindió homenaje por su trabajo a
favor de las operaciones especiales, poniéndole entre los, «pioneros que
tuvieron la responsabilidad, a veces tan pesada (…), de servir a su país en la
sombra».
El propio Helms tuvo que enfrentar sus responsabilidades
cuando se vio obligado a prestar testimonio, en los años 1970, sobre el papel
de la CIA en el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Siendo entonces
director de la CIA, Helms mintió descaradamente ante los senadores al afirmar
que la CIA nunca había tratado de impedir la elección de Salvador como
presidente de Chile: «Todos los proyectos tenían que contar con mi aprobación,
yo hubiese tenido que saberlo obligatoriamente».
Cuando se descubrió la mentira, en febrero de 1973, Helms
se vio obligado a renunciar a su puesto de director de la CIA y tuvo que pagar
una multa de 2 000 dólares por haber cometido perjurio ante el Senado. Debido a
los abundantes detalles que proporciona en sus memorias, William Colby sigue
siendo el más célebre de los agentes de la CIA implicados en la Operación
Gladio. Pero él también tuvo un final trágico. Después de haber contribuido a
la creación de las redes secretas en Escandinavia, este soldado de la guerra
fría fue trasladado en 1953 a la estación de la CIA en Roma para combatir allí
el comunismo italiano y contribuir a la creación del Gladio local.
Presente en todos los campos de batalla de la guerra
fría, Colby dejó Italia en 1959 para ir a Saigón, donde dirigió las operaciones
clandestinas emprendidas por la CIA en Vietnam y en Laos. Una de esas misiones
fue la Operación Phoenix cuyo objetivo era la destrucción de la organización
clandestina del Vietcong y la liquidación física de sus miembros.
Al ser interrogado por el Congreso estadounidense, en
1971, Colby reconoció que la intervención que él había dirigido había provocado
la muerte de mas de 20,000 miembros del Vietcong, pero se negó a precisar si la
tortura había estado vinculada a esas muertes.
Simplemente declaró:
«No voy a pretender que nadie fue muerto o ejecutado
durante la operación. Pienso, en efecto, que eso sucedió, desgraciadamente».
En 1973, el departamento de operaciones especiales cambió
nuevamente de nombre, tomando la denominación de «Directorate of Operations»
(DO) y Colby sustituyó a Thomas Karamessines como director adjunto a cargo de
las Operaciones.
Cuando Helms se vio obligado a dimitir, aquel mismo año,
el presidente Nixon nombró a Colby a la cabeza de la CIA, puesto que ocupó
hasta su propia renuncia, en 1976, debido al escándalo del Watergate. En 1996,
William Colby fue encontrado ahogado en un río del Estado de Maryland. Tenía 76
años.
Colby fue reemplazado a la cabeza de la CIA por George
Bush padre, nombrado por la administración Ford, quien dirigió desde Washington
las operaciones secretas de las redes de Europa occidental. Posteriormente,
George H. Bush fue llamado a ocupar la vicepresidencia en la administración
Reagan, pero no por ello dejó de financiar las guerras secretas, entre ellas la
que diera lugar al famoso escándalo de los Contras nicaragüenses.
En 1990, cuando el primer ministro italiano reveló la
existencia de los ejércitos secretos creados por la CIA [en Europa occidental],
George H. Bush, por entonces presidente de los Estados Unidos, se hallaba
inmerso en los preparativos de la guerra del Golfo. Para lograr convencer a una
población más bien reticente ante la idea de entrar en guerra, hubo que
recurrir a una manipulación capaz de azuzar el deseo de venganza de los
estadounidenses.
El 10 de octubre, una muchacha de 15 años, presentada
simplemente como «Nayirah», compareció en lágrimas como testigo, ante la Comisión
de Derechos Humanos del Congreso [estadounidense], declarando que mientras
trabajaba como voluntaria en un hospital de Kuwait después de la invasión de su
país [por Irak] elle había visto personalmente a los soldados iraquíes entrar
en el edificio y sacar brutalmente a los recién nacidos de las incubadoras
donde se encontraban y dejarlos «abandonados directamente en el frío suelo,
condenandolos así a una muerte segura».
La historia de las incubadoras provocó entre la población
[estadounidense] una gran conmoción, y el presidente se apresuró a alimentarla
remachando los hechos en cada uno de sus discursos y agregando incluso que 312
bebés habían encontrado la muerte de aquella manera. Bush fue tan convincente
que la información fue retomada por Amnesty International. Sólo después del fin
de la guerra se descubrió que la muchacha en cuestión nunca había trabajado en
Kuwait y que se trataba nada más y nada menos que de la hija del embajador de
Kuwait en Washington, algo que los organizadores de la audiencia del 10 de octubre
sabían perfectamente.
A Amnesty International no le quedó más remedio que
desmentir sus propias declaraciones. En febrero de 1992, el Middle East Watch
declaró que aquello no había sido otra cosa que «pura y simplemente propaganda
de guerra».
Más de 10 años más tarde, George Bush hijo trató de
manipular nuevamente los sentimientos del pueblo estadounidense anunciando que
Irak estaba tratando de desarrollar armas químicas, biológicas y atómicas y que
el presidente Sadam Husein estaba implicado en los atentados del 11 de
septiembre de 2001.
En diciembre de 1990, Bush padre tuvo que enfrentar duras
críticas provenientes del Parlamento Europeo. En una resolución destinada a la
Casa Blanca y a la administración estadounidense, la Unión Europea condenaba
firmemente las maniobras secretas de Estados Unidos.
La Unión Europea declaraba oficialmente, «condenar la creación clandestina de redes de manipulación y de acción y llamar a la apertura de una investigación exhaustiva sobre la naturaleza, la estructura, los objetivos y cualquier otro aspecto de esas organizaciones secretas y de otros grupos disidentes, sobre su utilización con el objetivo de interferir en las cuestiones políticas internas de los países interesados, sobre la cuestión del terrorismo en Europa y sobre la posible complicidad de los servicios secretos de los Estados miembros o de terceros países».
Pero lo más importante era que la Unión Europea protestaron «vigorosamente contra el derecho que se arrojan ciertos responsables militares americanos en el seno del SHAPE y de la OTAN a estimular el establecimiento en Europa de una red clandestina de inteligencia y de acción».
Debido a su gran experiencia en el campo de las
operaciones secretas, era imposible que el presidente George H. Bush no
estuviese al tanto de las operaciones terroristas e ilegales a las que se
habían dedicado los ejércitos secretos.
Por lo tanto, el presidente estadounidense se negó a
hablar del tema. Desconociendo la envergadura del escándalo, el Congreso estadounidense
prefirió abstenerse de hacer preguntas demasiado delicadas. Los medios de
prensa [estadounidenses] tampoco se sintieron en la necesidad de investigar.
En un artículo del Washington Post, uno de los pocos
sobre el tema que se publicaron en Estados Unidos, intitulado «La CIA recluta
ejércitos secretos en Europa occidental: creada fuerza paramilitar para
resistir ocupación soviética», se podía leer que un,
«representante [anónimo] del gobierno de los Estados Unidos familiarizado con la Operación Gladio» había declarado que Gladio era, «un problema estrictamente italiano sobre el cual nosotros no tenemos ningún tipo de control» y agregó «pretender, como hacen algunos, que la CIA está implicada en actos terroristas en Italia es completamente absurdo».
Las investigaciones subsiguientes demostraron que aquella
declaración de la CIA era completamente absurda.
Por lo tanto tenemos a una Agencia Secreta de la CIA realizando operaciones de bandera falsa y creando conflicto para sus intereses, fuera del área gubernamental.
FIN
Para seguir viendo...La OTAN, provocando una guerra contra Rusia -Parte 1-, haz clic Aquí
Para seguir viendo...La OTAN, provocando una guerra contra Rusia -Parte 2-, haz clic Aquí
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